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domingo, 20 de febrero de 2011

LITERATURA Y MODA

LITERATURA Y MODA : LA INDUMENTARIA FEMENINA A TRAVÉS DE LA NOVELA ESPAÑOLA DEL SIGLO   XIX
 INTRODUCCIÓN 

El término “moda”, su concepto y significado, es un sugestivo fenómeno que desde la antigüedad aparece en la literatura, que en sí constituye una importante fuente documental, un punto de referencia indiscutible desde la “Biblia”, “La Odisea”, la“Geografía” de Estrabón, los “Cantares de Gesta”, hasta la narrativa contemporánea. Todo ello nos ofrece un muestrario completo de cómo se vestían los hombres en determinados momentos históricos. Una amplia recopilación de elementos suntuarios y de gala, vestimentas y fórmulas decorativas en torno al adorno personal, trascienden  al historiador y estudioso que accede así a una base de datos imprescindible.
Fue precisamente en el s. XIX cuando los artistas, especialmente los pintores, realizaron intensos estudios acerca de todas las fórmulas de atrezzo, entre ellas el vestido, que convenían, según el periodo histórico, a determinados argumentos compositivos. Los resultados fueron enjoyadas escenas historicistas que resolvieron con ampuloso prurito arqueológico la reconstrucción del pasado; para ello también se sirvieron de la literatura, y desde ella se iniciaría un nuevo concepto de “historia” como reflexión y exaltación y, aparte de diferentes lecturas estéticas, como reflejo de unmodus vivendi ya que la reconstrucción del tiempo histórico también se manifestaría a través de modelos específicos de ambientación.
      La boga del teatro romántico y, sobre todo, de la pintura de historia infundió en nuestros pintores y artistas el estímulo suficiente para documentarse sobre ciertas costumbres suntuarias y adquirir noticias referentes a personajes históricos; documentación que desde finales del siglo XVIII contaba con obras tan importantes como la ”Historia Universal” de Mr.  Anquetil, las “Memorias de las Reynas Cathólicas”del Padre Florez, o las aportaciones gráficas de Carderera o Poleró.
Los antiguos villancicos, jarchas, romances…, ofrecen un muestrario diverso de fórmulas y usos en los aditamentos y ropajes como acercamiento a una realidad concreta y cotidiana. Fue en el siglo pasado cuando los pintores, sobre todo, estudiaron todos aquellos resortes que servían para enriquecer y referenciar el espacio y el tiempo de cualquier discurso histórico a través de una pintura o una escenografía; todo ello constituía un eslabón más en la reconstrucción de la Historia.
Las fuentes literarias aportaron una prolija documentación para evocar el pasado, no hay que olvidar, por ejemplo, el importante papel de la literatura del Siglo de Oro en el teatro romántico. La literatura española del siglo XIX desarrolló un concepto de historia vinculado a los ideales del Romanticismo  basados en la coherencia de valores expresados a través de esa “cotidianeidad” aprendida y estudiada, y que se materializó en aspectos descriptivos y concretos de ambientación.
Desde el Iluminismo, las corrientes clasicistas y prerrománticas apostaron por un determinado modelo estético configurado a través de las Poéticas de “lo pintoresco” y de “lo sublime” aunque ambas tendencias adoptarían posturas diferentes con respecto a la Historia; Winckelmann y Lodoli establecen rígidos y condenatorios principios, pero el Romanticismo histórico ya desarrollado, precisamente en el primer tercio del XIX, viene a reforzar el sentimiento de lo concreto, de la historia más enraizada y cercana al hombre.
 PRECEDENTES HASTA EL SIGLO XIX
  EL VESTIDO EN LOS TEXTOS ANTIGUOS
 La literatura antigua revela la importancia y el valor simbólicos del vestido. Los textos sagrados (La Biblia) y los poemas épicos (La Ilíada y La Odisea) marcan hitos en la configuración y valoración del traje como expresión y emblema no sólo del aspecto, fisonomía o status de los personajes y protagonistas sino de su calidad moral, su configuración externa, sus sentimientos o su religiosidad.
Al hacer un somero recorrido por el contenido de “La Iliada” y, sobre todo, de “La Odisea”, se advierten las siguientes consideraciones:                
El vestido es unas veces considerado como elemento de ofrenda a los dioses; expresivo es el ofrecimiento realizado por Hécuba, madre de París, a Atenea para que ésta se apiade de Ilión. Para ello, la madre del héroe troyano ofrece a la diosa un peplos de lujosa confección:
 “Después entró en su perfumada cámara nupcial, donde poseía peplos varios y pintados, obras de las mujeres sidonenses que el divino Alejandro llevó consigo de Sidón cuando condujo por el alto mar a Helena, la descendiente del divino padre. Y Hécuba tomó uno, el más hermoso, el más variado y el mayor…”
Al vestido le corresponderán ciertas facultades, como la de deificar a los humanos. En “La Odisea se advierte el poder transformador del vestido que vincula directamente al hombre con los dioses. En el Canto III, Telémaco, hijo de Odiseo, desembarca en tierra de Néstor ayudado por la diosa  Atenea. El anfitrión acogerá al hijo del héroe errante, pero antes de iniciar la búsqueda de su padre, Telémaco es dispensado por Policasta, una de las hijas de Néstor, que después “…que lo hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióle un hermoso manto y una túnica y Telémaco salió del baño con el cuerpo parecido al de los inmortales…”
Constituye al mismo tiempo una ejemplar visualización de la importancia de todas aquellas labores relacionadas con el bordado y tejeduría de paños vinculados a la hija de Zeus, Atenea. Al entrar  Ulises en el palacio de Alcínoo, se narra la fabricación de lienzos por parte de las mujeres, arte inspirado por Atenea que “… les ha concedido que sepan hacer bellísimas labores y posean excelente ingenio…” 
Paradigmáticas son las labores de Penélope, expresión de la fidelidad materializada a través del tapiz que teje y desteje sistemáticamente, y de otras mujeres como Circe que labra “…una tela grande, divinal y tan fina, elegante y espléndida como son las labores de las diosas…” o Helena, esposa de Menelao, que regalaría un recamado peplo a Telémaco  (Canto XV, p.285).   
También se alude a la propia forma de los vestidos, a sus características visuales: “…Telémaco se sentó en la cama, desnudose la delicada túnica y diósela en las manos a la prudente anciana y después de componer los pliegues la colgó de un clavo…” o a veces se destacan valores táctiles y texturas diversas“… y ella se puso amplia vestidura fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro, veló su cabeza…”En ocasiones se plasma el quehacer cotidiano y la vida doméstica centrada en la figura de la mujer, tanto reinas como siervas, a través de las labores de hilado y tejido, como la escena en la que Nausíca acude a casa de sus padres y halla a su madre junto al fuego hilando lana de color púrpura (Canto VI. Llegada de Odiseo al país de los feacios).
El vestido expresa además la bonanza en las relaciones de hospitalidad “Odiseo: …y me dejaron en Ítaca habiéndome dado espléndidos presentes (bronce, oro en abundancia, vestiduras tejidas)…”La historia del traje reseña como prendas fundamentales de la cultura griega el peplos, chitón, himatión, tejidos en lana y fibras vegetales (lino preferentemente) teñidos de vistosos colores o en tonalidad natural de la materia. La policromía y un gran sentido narrativo y decorativo se advierten en algunos pasajes de“La Ilíada”, donde Helena teje una doble tela que narra “…las batallas que los troyanos domadores de caballos y los aqueos revestidos de bronce sostuvieron a causa de ella por mano de Ares…” y Andrómaca, un paño adornado de flores para Héctor (raps.XXII).
A través de la estatuaria, la cerámica y la evocación literaria, sobre todo en las dos gestas del siglo VIII, aunque también podrían incluirse piezas de gran interés como la “Lisístrata” de Aristófanes o“Ion” de Eurípides, trasciende a lo largo de la historia una de las manifestaciones estéticas más influyentes en sucesivas etapas artísticas; el vestido griego que sintetiza elementos cretenses, de Asia Menor (Jonia) y de la propia península (aqueos), expresará el ideal de equilibrio y sentido práctico que heredarán sucesivamente otras culturas.
Para algunos pueblos semitas la palabra revelada a través de las Sagradas Escrituras constituye un corpus a través del cual se fundamenta la vida espiritual y los asuntos cotidianos. La primera referencia al vestido se refleja en el Génesis “…Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió…” (Gén. 3, 21-22 ).
He querido aquí exponer la evocación o relación de elementos suntuarios relacionados con el traje bajo dos conceptos distintos; por una parte el sentido simbólico expresado a través de los ornamentos y vestimentas sacerdotales, y por otra, la función del vestido en determinadas acciones de trascendental importancia.
 “…harás las vestiduras siguientes: un pectoral, un efod, un manto, una túnica bordada, una tíara y una faja; harás, pues a tu hermano Aarón y a sus hijos para que ejerzan mi sacerdocio. Tomarán para ello oro, púrpura, violeta y escarlata, carmesí y lino fino…” (Éxodo 28, 4-5) 
La funcionalidad religiosa de estas ropas  entronca y se relaciona con las culturas egipcia y mesopotámica en las cuales el ritual religioso conllevaba unas precisas normas en el vestir. Entronca todo el Pentatéuco con otros códigos del Oriente antiguo donde se produce una íntima fusión entre lo sagrado y lo profano :
“…el pectoral será cuadrado y doble, de un palmo de ancho y otro de largo. Lo llenarás de pedrería, poniendo cuatro filas de piedras; en la primera fila, un sardio, un topacio y una esmeralda; en la segunda, un zafiro, un rubí y un diamante; en la tercera, un ópalo, una ágata y una amatista ; en la cuarta, un crisólito, un ónice y un jaspe; todas ellas engastadas en oro. Las piedras corresponderán a los hijos de Israel…” (Éxodo 28, 16-21)
Constituye el Pentateuco el código por excelencia del pueblo judío, el canon que establece las relaciones entre Dios y el hombre, el precepto no sólo en materia espiritual sino también cotidiana: uso de determinadas prendas, la observancia de específicas reglas para la utilización de adornos…, como por ejemplo, el precepto para el pueblo de adornar con flecos sus vestimentas. 
“…Yahveh dijo a Moisés: habla a los hijos de Israel y diles que ellos y sus descendientes se hagan flecos en los bordes de sus vestidos y pongan en el fleco un hilo de púrpura violeta. Tenderéis, pues, flecos para que cuando los veáis os acordéis de todos los preceptos de Yaveh…” (Números 15, 37-42).

Nuevamente nos encontramos con un párrafo imbuido de simbología y profundosignificado religioso. El distintivo de estos adornos tiene un sentido meramente religioso y una impronta de distinción con respecto a otras gentes o pueblos. De cualquier forma, el uso de flecos en el vestido es una característica afín a determinadas culturas de Mesopotamia donde, por ejemplo, el kaunakés era una prenda tejida que simulaba la disposición en mechones de las pieles.Tallas escultóricas como la que representa a Asurbanipal II nos ofrece una imagen completa del ropaje de aquellos grupos elitistas donde la guarnición de flecos constituye un importante elemento decorativo.

El libro de Judith constituye en sí una fuente sugestiva y hermosa que muestra la victoria del pueblo elegido contra el enemigo, en este caso el ejército de Holofernes. Tras ser sitiados en Betulia emerge la figura de la heroína, prefiguración de María, hermosa “…porque este atavío no se inspiraba en la sensualidad sino en el valor…” (Vulgata 15, 4-5) y piadosa mujer, viuda de Manasés que vence el mal, asesinando al opresor por la causa de Dios.
Uno de los pasajes más sugestivos relata los preparativos suntuarios al ir a enfrentarse al general enemigo. Tras sus oraciones, se despoja de sus vestidos de viuda  “…se bañó toda, se ungió con perfumes exquisitos, se compuso la cabellera poniéndose una cinta, y se vistió los vestidos que vestía cuando era feliz…” (Jud. 10, 1-3). Hay una cadencia casi musical en este párrafo en el cual in crescendo la joven dirige sus acciones a lo que será su gran obra. “…se calzó las sandalias, se puso los collares, brazaletes y anillos, sus pendientes y todas sus joyas, y realzó su hermosura cuanto pudo, con ánimo de seducir los ojos de todos los hombres que la viesen…” (Jud. 10,1- 4).
Se puede determinar a través de su lectura la importancia de los acicates y afeites tangibles, como peinados, cintas de adorno, brazaletes, pulseras y de aquellos más sutiles, pero fundamentales en cualquier historia del vestido, como el perfume y el valor intrínseco del mismo en la historia de la seducción y a la vez tan unido al concepto de moda.
Una realidad más tangible se recoge en la literatura clásica; Ovidio, Petronio, Apuleyo, son importantes transmisores de lo cotidiano a través del lenguaje poético. Ovidio en sus “Metamorfosis” nos acerca a la vida cotidiana de las deidades, a sus tribulaciones, alegrías y tristezas. No es un texto eminente a la hora de descubrir la indumentaria de sus personajes, más bien adopta una serie de arquetipos visuales basados en los esquemas trapísticos sobre mantos, túnicas, clámides “…esta ninfa (Calisto) bellísima no hilaba ni se acicalaba; una cinta blanca recogía sus cabellos; llevaba muy ceñida la túnica…”
Sin embargo el texto latino por antonomasia es “El libro de las Sátiras” escrito por Cayo Petronio Turpilano, cortesano que se ganó el favor de Nerón y fue considerado “árbitro de la elegancia”, o Tito P. Arbiter, marsellés que vivió en tiempos de Nerón y Domiciano.Nos interesa, sobre todo, hacer hincapié en el aspecto costumbrista, en la impronta de inusitado realismo basado en la expresión de un lenguaje coloquial o popular, jocoso y muy directo que servirá de antecedente a la literatura satírica medieval y a la narrativa renacentista; apuntemos como mera anécdota que, aunque conocido más o menos en los cenáculos artísticos, se publicó con censura a mediados del quinientos, apareciendo la primera edición en 1664.
Pocas son las referencias a la indumentaria del momento histórico reseñadas en “El Satiricón”, pese a constituir una auténtica novela costumbrista que describe con todo rigor distintos aspectos de la sociedad romana en provincias. Son inevitables las referencias al mundo de la esclavitud, a una sociedad decadente cuyas descripciones se resuelven en un estilo ligero y nada morboso. Uno de los párrafos significativos plasma el traje de Fortunata, esposa de Trimalcio, en un convite “…ésta llegó al pronto, vestida con una ligera túnica color cereza , levantada y sujeta de un lado por un cinturón verde claro, que dejaba sus ligas al descubierto y los muslos, que cubrían bordados del mismo material. Tras secarse las manos con un sudario que llevaba al cuello, se tendió en el mismo lecho que Escintila, la esposa de Habinas, comenzando ambas a besarse…”
Juvenal y Petronio llevaron a la palestra de las letras la decadencia de la sociedad imperial a través de sus escritos. En el anterior texto se trasluce, sin duda, la degradación y vulgaridad de ciertos estratos sociales a través del aspecto chillón de la túnica de Fortunata o del aspecto indiscreto de sus aditamentos. Una de las características fundamentales a partir de la dinastía Julio-Claudia será el cambio fluctuante y variado del peinado así como la sofisticación en el diseño de joyas y complementos: medias, calzado, tocados y estolas. En el capítulo LXVII, el autor describe someramente algunos adornos portados por Fortunata, tales como ricos brazaletes, ligas y redecilla para sujetar los cabellos; el transformismo jocoso y desvergonzado también hace acto de presencia en un preclaro fragmento “…cuando una de las sirvientas de Trifena apareció con Giton completamente transformado. Se lo había llevado al extremo del barco y, tras lavarle bien el rostro y colocarle una peluca de su ama, le puso unas cejas postizas con tanta habilidad que semejaban naturales…me llevó aparte y me puso una cabellera no menos bonita que la de Giton y también me colocó unas cejas postizas; mi semblante resultaba así más agradable que antes, pues la peluca era rubia…”
Los libros de viajes constituyen un género literario expresivo porque reúnen dos fórmulas bien determinadas; por un lado, el afán descriptivo del autor, por otro, la emergencia de gestos subjetivos y personales del mismo. Por ello, el resultado es siempre enriquecedor para el lector.
Las primeras referencias sobre la Península Ibérica aparecen en la Biblia:”…así como el viento del este desbarata los navíos de Tarsis…” “…ululad naves de Tarsis porque ha sido destruida vuestra fortaleza…”; más adelante otros autores latinos como Plinio, Estrabón o Aviano en su “Ora marítima”, describen todo el territorio peninsular, pueblos, costumbres, orografía, agricultura y costas de la Península Ibérica.
Las primeras noticias con referencias ya muy claras a la Península Ibérica, se obtienen principalmente a través de Plinio y Estrabón. Plinio (XVI, 32) recoge la importancia que tuvo en la Bética y Lusitania el comercio de la cochinilla, aludiendo al pago de tributos con dicho producto. Tanto la cochinilla como el quermes fueron animales indispensables en la industria textil del teñido.
Estrabón, Plinio y Polibio abordan sus escritos desde el punto de vista geográfico-descriptivo, pero constituyen una interesantísima fuente; son importantes las referencias literarias en Estrabón, su “Geografía” es paradigmática en el estudio de fuentes y referencias a la vida cotidiana de los pueblos peninsulares. Nuestro autor informa, en primer lugar, de la importancia de las lanas de Turdetania o los tejidos fabricados por los saltietai, nombre este dudoso, según García Bellido (p. 80, III 2,6). Los lusitanos vestían de negro usando una prenda característica denominada sagós, una especie de manteo de lana mientras que las mujeres llevaban adornos florales (III 3,7). Es cierto que la mujer ibérica fuese quizá mucho más ornada y sofísticada que en principio podría parecer ; diversidad de tocados y peinados calificados por Estrabón como bárbaros por no seguir esquemas orientales (griegos) marcarían la pauta de una serie de culturas entrelazadas, cuyo nexo se halla perfectamente entramado. Describe Estrabón una serie de prendas y adornos femeninos de ciertas regiones peninsulares donde las mujeres “…llevan collares de hierro con garfios que se doblan sobre la cabeza, saliendo mucho por delante de la frente; en estos garfios pueden, a voluntad, bajar el velo, que al desplegarlo por delante sombrea el rostro, lo que tienen por cosa de adorno…”. Schulten y Caro Baroja han visto en estas imágenes los antecedentes de los peinados tradicionales de las distintas regiones peninsulares aunque dichas teorías de raíz romántica e historicista tienen hoy escasa validez. Carmen Bernis apunta que desde el siglo XIX, estudiosos de la indumentaria popular relacionaban rasgos estéticos y prendas primitivas con los adornos y vestidos regionales
Estrabón señala una importante pieza el tympánion, tocado ceñido a la cabeza que disminuye paulatinamente su anchura y altura. También las mujeres se depilaban parte de la cabeza y se adornaban “con un tocado en forma de columnilla de un pie de altura, forrada con los propios cabellos que luego cubren con un manto negro” (III, 4,17).
      Los peinados y tocados que describe el autor son observables en diversas manifestaciones plásticas del mundo antiguo (escultura, bronces, exvotos, cerámica decorada). Actualmente algunas exhibiciones y muestras relacionadas con la cultura ibérica han mostrado al gran público distintas manifestaciones plásticas así como las  fuentes escritas antiguas.
Otros autores, como Polibio, destacan la calidad de los mantos teñidos de púrpura, color emblemático y signo de lujo y exquisitez, que eran utilizados por los turdetanos.
La idiosincrasia del pueblo íbero ha quedado plenamente estudiada en la investigación que sobre el traje peninsular se ha llevado a cabo desde el siglo XIX, sentándose las bases de unas peculiaridades estéticas que lo hacen una de las manifestaciones artísticas más importantes de la Historia Antigua peninsular.
Una fuente literaria fundamental son “Las Etimologías” de San Isidoro de Sevilla, obra magna que transmitió gran parte de la sabiduría y cultura clásicas a la Edad Media. Su prestigio como corpus enciclopédico ha sido justamente valorado al sistematizar y compendiar el conocimiento del mundo antiguo.
El Libro XIX, De navibus, aedificiis et vestibus, se halla consagrado a las naves, los edificios y el vestido; la invención de los tejidos, vestiduras sacerdotales, forma de vestir algunos pueblos, mantos de hombres y mujeres, ropa de cama, colores y teñidos, instrumentos de tejer, adornos, adornos de cabeza, anillos, cíngulos y calzado forman una exhaustiva recapitulación general de aquellos aspectos relacionados con la indumentaria y sus recursos técnicos. Relaciona los artes de tejido y teñido con Minerva, diosa de las artes a la cual los antiguos artesanos dirigían sus súplicas (20. De inventione lanificii). Puede establecerse un recorrido sobre las vestimentas sacerdotales citadas en la Ley: la poderis  túnica de lino ajustada al cuerpo que llegaba hasta los pies, el abanet o cíngulo tejido en escarlata, púrpura y jacinto, elpilleum, especie de bonete confeccionado en lino, la mahil, una  túnica talar de color jacinto cuyo borde inferior se guarnecía de setenta y dos campanitas alternando con granadas, el ephod era un manto tejido en cuatro colores y bordado en oro, el petalumo lámina de oro colocada en la frente del pontífice, los batin o perneras, el logium orationale, paño doble tejido en cuatro colores y bordado en oro al que se añadían doce piedras preciosas y que servía para unir al superhumeral y así caer sobre el pecho del pontífice.
Diferentes vestidos y sus nombres se mencionan haciendo un recorrido histórico; para este autor la prenda más antigua es el perizoma o ceñidor. Cita diferentes prendas como la túnica talar que cubre hasta los pies, la manicata, provista de mangas o la dalmática, túnica procedente de Dalmacia, de carácter sacerdotal y con bandas color púrpura.
San Isidoro hace una relación de las fibras más usadas explicando la etimología de algunas: “…la serica deriva su nombre de sericum (seda)… linea es la vestidura confeccionada únicamente con lino… Linostema es el vestido tejido con lana y lino”. El traje acupicta es aquel cuyo tejido se borda a la aguja, siendo los frigios los grandes expertos en esta labor decorativa.
En las “Etimologías” también se menciona la diferencia entre la forma de vestir de algunos pueblos (partos, galos, germanos o hispanos): “Se reconocen los pueblos tanto por su forma de vestir como por la diferencia de sus idiomas… Asimismo, algunos pueblos manifiestan su procedencia no sólo en sus vestidos, sino también por llevar en su cuerpo alguna señal propia a modo de distintivo” (23. De proprio quarundam gentium habitu). Capítulos interesantes son los dedicados a  determinadas prendas como el manto, tanto el masculino como el femenino (24. De palliis virorum, 25. De palliis feminarum) o vestidos magníficos y lujosos como el regillum, el peplum, manto de las matronas bordado en púrpura, la palla, la estola, el amiculum, propio de las meretrices, aunque en la Hispania del siglo VII constituía un distintivo de honestidad, manto peculiar de las mujeres orientales, árabes y de Mesopotamia es el theristrum, mientras que el sindon o anaboladium  era un manto realizado en lino que protegía los hombros de las mujeres
Otros capítulos del Libro XIX están dedicados a la ropa blanca y prendas de casa, a las lanas y tejidos en general, a los colores de los vestidos, a los instrumentos y técnicas de tejeduría y a los adornos en general, adornos de la cabeza femenina, anillos, cíngulos y calzado.
El polígrafo hispalense elaboró en su obra un compendio definitivo de vestidos, joyas, tocados y zapatos de la antigüedad  donde se aglutinan las modas y costumbres clásicas junto a reminiscencias e importaciones de Oriente.

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